Si la masculinidad es una aprobación homosocial, su emoción más destacada es el miedo. En el modelo de Freud, el miedo al poder del padre obliga al muchacho a renunciar al deseo por su madre y a identificarse con él. Este modelo une la identidad de género con la orientación sexual: la identificación del niño con su padre (que lo lleva a ser masculino) le permite ahora comprometerse en relaciones sexuales con mujeres (se vuelve heterosexual).
Pero hay una pieza que falta de este enigma. Si el muchacho en la etapa preedípica se identifica con su madre, ve el mundo a través de los ojos de ella. Así, cuando se confronta con su padre durante la etapa edípica, experimenta una visión dividida: ve a su padre como su madre lo ve, con una combinación de temor, maravilla, terror y deseo. Simultáneamente ve al padre como a él --el muchacho-- le gustaría verlo, no como objeto de deseo pero sí de emulación. Al repudiar a su madre y al identificarse con su padre, sólo da respuesta en forma parcial a su dilema. ¿Qué puede hacer con ese deseo homoerótico, el deseo que sentía porque veía a su padre de la manera que su madre lo veía?
Debe suprimir tal deseo. El deseo homoerótico debe ser desechado en cuanto es el deseo por otros hombres. La homofobia es el esfuerzo por suprimir ese deseo, para purificar todas las relaciones con otros hombres, con las mujeres, con los niños, y para asegurar que nadie pueda alguna vez confundirlo con un homosexual. La huida de la intimidad con otros hombres es el repudio al homosexual que está dentro de sí, tarea que nunca es totalmente exitosa y que por esto es constantemente revalidada en cada relación homosocial.
La homofobia es un principio organizador de nuestra definición cultural de virilidad, es más que el miedo irracional por los hombres gay, por lo que podemos percibir como gay, es el miedo a que otros hombres nos desenmascaren, nos castren, nos revelen a nosotros mismos y al mundo que no alcanzamos los estándares, que no somos verdaderos hombres. En un estudio se preguntó a hombres y mujeres qué era lo que más temían. Las mujeres respondieron que ser violadas y asesinadas; los hombres, ser motivo de burla. Este es entonces el gran secreto de la virilidad: estamos asustados de otros hombres. Nuestro miedo es el miedo a la humillación. Tenemos vergüenza de estar asustados.
La vergüenza conduce al silencio --los silencios que permiten creer a otras personas que realmente aprobamos las cosas que se hacen en nuestra cultura a las mujeres, a las minorías, a los homosexuales y a las lesbianas. Nuestros miedos son la fuente de nuestros silencios, y los silencios de los hombres es lo que mantiene el sistema.
Pero hay una pieza que falta de este enigma. Si el muchacho en la etapa preedípica se identifica con su madre, ve el mundo a través de los ojos de ella. Así, cuando se confronta con su padre durante la etapa edípica, experimenta una visión dividida: ve a su padre como su madre lo ve, con una combinación de temor, maravilla, terror y deseo. Simultáneamente ve al padre como a él --el muchacho-- le gustaría verlo, no como objeto de deseo pero sí de emulación. Al repudiar a su madre y al identificarse con su padre, sólo da respuesta en forma parcial a su dilema. ¿Qué puede hacer con ese deseo homoerótico, el deseo que sentía porque veía a su padre de la manera que su madre lo veía?
Debe suprimir tal deseo. El deseo homoerótico debe ser desechado en cuanto es el deseo por otros hombres. La homofobia es el esfuerzo por suprimir ese deseo, para purificar todas las relaciones con otros hombres, con las mujeres, con los niños, y para asegurar que nadie pueda alguna vez confundirlo con un homosexual. La huida de la intimidad con otros hombres es el repudio al homosexual que está dentro de sí, tarea que nunca es totalmente exitosa y que por esto es constantemente revalidada en cada relación homosocial.
La homofobia es un principio organizador de nuestra definición cultural de virilidad, es más que el miedo irracional por los hombres gay, por lo que podemos percibir como gay, es el miedo a que otros hombres nos desenmascaren, nos castren, nos revelen a nosotros mismos y al mundo que no alcanzamos los estándares, que no somos verdaderos hombres. En un estudio se preguntó a hombres y mujeres qué era lo que más temían. Las mujeres respondieron que ser violadas y asesinadas; los hombres, ser motivo de burla. Este es entonces el gran secreto de la virilidad: estamos asustados de otros hombres. Nuestro miedo es el miedo a la humillación. Tenemos vergüenza de estar asustados.
La vergüenza conduce al silencio --los silencios que permiten creer a otras personas que realmente aprobamos las cosas que se hacen en nuestra cultura a las mujeres, a las minorías, a los homosexuales y a las lesbianas. Nuestros miedos son la fuente de nuestros silencios, y los silencios de los hombres es lo que mantiene el sistema.
2 comentarios:
Me parece una aportación muy interesante, enhora buena, saludos y duro contra la homofobia.
www.clubgtehuacan.org
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